Crónica de un quincho solo

Se nos fue Favio. Para mi, fue un amor a primera vista. Lo recuerdo por primera vez en "El secuestrador", de Torre Nilsson, una película terrible, cruda, en la que moría un niño golpeándose la cabeza en las escalinatas  del Parque Lezama, en un Buenos Aires misterioso, de blanco y negro. Luego vinieron Nazareno Cruz, Moreira, Soñar Soñar, Crónica de un niño solo y su música, a la que siempre vuelvo. Favio me regaló un universo de inspiración mersa, de olor a pata y culo, de romances de a pie, de veladas de diez guitas. Y una pregunta siempre latente ¿Porqué ese pañuelo?. Por sus películas había podido ver que, a temprana edad, el pelo se le pudrió. Había intentado zafar con un bisoñé durante un periodo corto, pero por lo visto no lo satisfacía. Y entonces cayó en la confusión del pelado desesperado: quincheó. Para colmo, en lo peor, los quinchos de primera generación, los famosos pelos de muñeca, imposibles de ignorar, impeinables, sintéticos, brillosos. Anduvo por la vida algunos años luciendo esa aberración hasta que -dicen algunos- el implante se le pudrió. Puede haber sido una reacción alérgica, una infección, una nueva operación fallida, o simplemente una toma de consciencia, quien sabe. Lo cierto es que Favio ostenta el record de haber pasado tres décadas con una cobertura en la cabeza. Ayer veía su cajón, cerrado, y me pregunté si sería porque no quería ser visto demacrado o sin el pañuelo. No me importa nada de eso, Favio nos ha dejado mucho mas que pelos tapando la alcantarilla.



Favio nos regala una frase para que los pelados pensemos que el pelo se recupera con la reencarnación. Maestro, ojala en otra vida nunca pierdas el pelo, pero sobre todo, que conserves el genio: “Que otra vez será, que otra vez será… tierno amanecer, se que nunca más…”
Que otra vez será, que otra vez será
tierno amanecer, se que nunca más