En vista del crecimiento desmedido de la población calva en la city porteña, sugiero un proyecto de ley, a ser aprobado de inmediato si no queremos que el peso de nuestros errores caigan sobre nuestras cabezas –calvas.
Cualquier persona –me refiero a los seres humanos- que frecuenta el microcentro, debe lidiar con dos clases de plagas, las palomas y los calvos afeitados, cuyo número es tan alto como el de esas aves tambaleantes e indecisas que cagan y se cruzan en el paso de uno con la plácida displicencia de un verdadero hijo de puta. Lo mismo ocurre con esos pelados afeitados, que piensan que ese look, por sí sólo, basta para reducir a “0” el asco que provocan. Yo mismo, como calvo, me veo obligado a elegir las calles menos pobladas, a caminar en la sombra, a usar gorro o lo que fuera; ya que por cuadra uno, necesariamente, cruza entre cinco o seis calvos, que caminan, orgullosos y ajenos al rechazo absoluto que despiertan en los ojos humanos su número desproporcionado. Además hablamos de cabezas informes, rasgos horrorosos, en definitiva, gente espantosa. Y el gentilicio les queda grande.
El proyecto debería funcionar como el peaje. Para entrar a la city, los calvos deberían pagar un plus monetario –elevado en caso de que estén afeitados y proporcionalmente menor según sea el grado de dejadez de su rala cabellera.
Es imprescindible, argentinos, que no nos dejemos enceguecer por los resplandores de esos casquetes carnosos que pueblan la city de Buenos Aires, hay que poner un coto urgente a esta invasión esférica y esto no se arregla arrojándoles migas de pan. No seamos ilusos.
Cóbrennos peaje o acaben con nosotros.
Coco