Es un papel tan usual en nuestra especie, que estoy tentado de etiquetar esta entrada como raza. El pela resulta ser siempre un excelente conselleri ("conseglieri" se escribe, PELOTUDO/Se escribe "consiglière", viene de "consiglio", consejo en italiano.) para las mujeres desdichadas. Esa papel que antaño lo ocupaban los coiffeurs gay, o camuflados de tales, hoy lo apropiamos nosotros.
Somos el hombro donde la mujer despechada deja caer sus lágrimas cuando un piloso la engaña con otra. Somos ese oído enorme que escucha sus fatalidades y las grandezas infinitas de sus miserias cuando se sienten tan mal que te hablan con la misma confianza que si fueras su reflejo en el espejo. Porque somos “re-buenos”. Nos atosigan, entre sus llantos y mocos, con frases tan repugnantes como: “En vos, pela, puedo confiar”; “No sos como los demás”; “No pensás todo el día en sexo”; “A vos te interesa lo de adentro”; “Ay, si fuera como vos”. Claro que toda esta enciclopedia de sandeces van intercaladas con frases rotundas como “sos mi amigo, ¿sabés?” Casi un patrimonio inconciente de su cerebelo que le advierte a ella, la desdichada, que se cuide de ese pelado felón, que la amasa y la abraza en la adversidad, que acepta este plato de humillaciones, que mordisquea como un perro ciruja la basura abandonada de un sábado para domingo, en busca de sobras y miserias que puedan caer en su paladar hambriento. Buscando lo que sea. Un abrazo, una palabra feliz, el simple aroma de un perfume, una sonrisa o el tintineo de la orina femenina en el inodoro cuando van al baño a descargar sus vejigas. Lo que fuera, porque todo vale.
Y así somos, los conselleri ("conseglieri" se escribe, PELOTUDO/ Se escribe "consiglière", viene de "consiglio", consejo en italiano.) sentimentales, nosotros, que prácticamente no sabemos nada de amor, ni de mujeres, ni de vida.
Porque sólo sabemos una cosa, que el pelo cuando se va; no vuelve.
Coco